(PD).- Para entender a fondo la Biblia hay que acudir a los rabinos, y eso es lo que probablemente hizo Miguel Ángel cuando recibió el encargo de pintar el techo de la Capilla Sixtina, la gran obra maestra en que trabajó cuatro años enteros, desde 1508 a 1512, por encargo de Julio II.
Escribe Juan Vicente Boo en ABC que, por eso no resulta extraño que cuando un rabino examina la más famosa representación del Génesis descubra docenas de signos cabalísticos, plasmados sobre el yeso fresco por el pincel de Miguel Ángel.
Trabajando al estilo de los detectives -o de los «simbólogos» en la narrativa popular contemporánea- un escritor americano enamorado de Roma y un rabino de la Universidad Yeshiva de Nueva York han sacado a la luz mensajes aparentemente «escondidos» en las imágenes de la bóveda. En realidad no estaban escondidos. Simplemente, habíamos perdido la capacidad de leerlos.
Roy Doliner, un artista judío fascinado por el arte cristiano, y Benjamín Blech, un profesor de Talmud en Nueva York, publicaron poco antes del verano «Los secretos de la Sixtina», pero la noticia no ha llegado a Roma hasta ahora, de la mano de un reportaje en el diario «La Stampa».
Eva tentada por un higo
Doliner y Blech han descubierto que algunos personajes menores del techo de la Capilla Sixtina forman claramente letras hebreas, cuyo significado se asocia a una virtud o un vicio del que aportan la inicial.
Doliner y Blech han descubierto que algunos personajes menores del techo de la Capilla Sixtina forman claramente letras hebreas, cuyo significado se asocia a una virtud o un vicio del que aportan la inicial.
El joven pastor David que está a punto de decapitar al gigante Goliat caído por tierra forma la Ghimel, de gvurá, o sea, «orgullo». Judit y su esclava forman la Chet de chessed, o sea «piedad», la raíz fonética de «hassidim», los judíos observantes. Abundan también otras referencias a la cultura rabínica.
Así, por ejemplo, la tentación de Eva gira en torno a un higo, como relata un midrash, y no una manzana, típica de la tradición cristiana.
Los autores «descubren» que en la Florencia de los Médicis, donde se formó Miguel Ángel, se daba una notoria presencia de cultura y pensamiento judíos como, por otra parte, también lo había en Roma.
Los autores «descubren» que en la Florencia de los Médicis, donde se formó Miguel Ángel, se daba una notoria presencia de cultura y pensamiento judíos como, por otra parte, también lo había en Roma.
El profesor Benjamín Blech, experto en cábala y mística judía, lo sabe bien, pues fue uno de los rabinos que bendijeron colectivamente a Juan Pablo II en el Vaticano en el 2005, y acompañó en 2006 a Benedicto XVI al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau.
La comunidad judía de Roma es la más antigua fuera de Israel, pues es la única que se ha mantenido sin interrupción durante 2.300 años, fuera de la Tierra Prometida. Muchísimos Papas han tenido amigos judíos, médicos judíos, o han cambiado impresiones teológicas con rabinos, como es el caso de Joseph Ratzinger, quien construye en torno a un ensayo del rabino americano Jacob Neusner dos capítulos de su libro «Jesús de Nazaret», un auténtico «best seller» mundial.
Después de haberse carteado durante décadas, los dos estudiosos de la Biblia pudieron estrecharse la mano el pasado mes de abril en Washington durante la visita de Benedicto XVI a Estados Unidos.
El Arca de Noé según el Talmud
Cinco siglos antes, a Miguel Ángel Buonarroti le bastaba caminar por las calles de Roma o acercarse al barrio judío, a un kilómetro del Vaticano, para poder cambiar impresiones con grandes expertos en el Antiguo Testamento.
Cinco siglos antes, a Miguel Ángel Buonarroti le bastaba caminar por las calles de Roma o acercarse al barrio judío, a un kilómetro del Vaticano, para poder cambiar impresiones con grandes expertos en el Antiguo Testamento.
Repescando cuidadosamente las coincidencias culturales, Doliner y Blech descubren que el Arca de Noé de Miguel Ángel es una gran caja, como relata el Talmud, y no un barco con una casa encima. O que al profeta Jonás se lo come un enorme pez, como en la tradición judía y paleocristiana, en lugar de la típica ballena, que ganó popularidad siglos más tarde.
Los amantes del arte pueden disfrutar con un libro divertido que amplía los puntos de vista y echa tan sólo algunas gotas de imaginación, en lugar de falsear completamente el significado como hace el «El Código da Vinci» respecto a la Última Cena pintada por Leonardo en Milán.
Miguel Ángel está teniendo mejores «simbólogos»
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