En lugar de obsesionarse con los porcentajes de hidratos de carbono, proteínas y grasas que deberíamos de comer, la gente debería de guiarse más por su interior y por lo que los mensajes que recibe de su cuerpo a diario
Las personas que tienen obesidad
metabolizan los hidratos de carbono de forma diferente a las que tienen
un peso normal. Quiero con esto decir que no siempre un mismo mensaje
sirve para todo el mundo
No quiero ser
malvada ni tampoco desacreditar a nadie, pero considero muy improbable
que alguien pueda diagnosticar la enfermedad celíaca por la forma de que
pueda tener la barbilla
Hay un hecho
que las personas preocupadas por purificarse y desintoxicarse deberían
saber: cada dos semanas todas las células de nuestro intestino se
renuevan. Si durante dos semanas una persona come bien y sano ya tiene
una completa depuración, sin necesidad de fiarlo todo a un batido verde
Además
del yogurt, hay muchísimos alimentos interesantes para las bacterias,
como el ajo, la achicoria, el pan integral, los plátanos verdes, las
ciruelas, los espárragos y el arroz frío o la ensalada de patata
Antiguamente, en cada país había una cultura del yogurt propia. Sin embargo, ahora todo procede de una misma fábrica y estas diferencias han desaparecido. Pero sí, en España hace años los yogures se elaboraban a temperaturas más cálidas que en Alemania, por lo que las bacterias eran también diferentes
Giulia Enders es una joven médica germana que acaba de publicar “La digestión es la cuestión” (editorial Urano), obra que ha vendido 1.300.000 ejemplares en Alemania y que ha merecido generosos reportajes en revistas del prestigio de “Der Spiegel” o “The Times”. En cuanto a “The Guardian”,
ha publicado un artículo, casi tan divertido como el propio libro de
Enders, donde se señala, con evidente flema británica, que el
antropólogo estadounidense Alan Dundes ya sugirió en su estudio sobre
los cuentos populares que el pueblo alemán siente una rara atracción por
el “elemento anal-erótico”, conclusión que han desacreditado estudios
posteriores, pero que el éxito del libro de Enders vuelve a situar en un
primer plano.
Pero… vayamos con el libro. La tesis de Enders, que en la actualidad investiga su tesis doctoral en el Instituto de Microbiología e Higiene Hospitalaria de Francfort, es que la oveja negra de los órganos, el intestino, guarda una estrecha relación con el sobrepeso, las alergias y las depresiones. O dicho de otro modo: si aspiramos a sentirnos bien, deberíamos cuidar nuestro intestino (aproximadamente, el 80% del sistema inmunitario se aloja allí), entre otras cosas, porque mantiene línea directa con el cerebro.
Al respecto, Enders, que es muy simpática, ganó en 2012 el primer premio del Festival Science Slam, tras realizar una presentación que acabó conviriténdose un gran éxito en “You Tube”, hasta el punto de haber sido vista por más de 724.000 personas. Aunque no entiendas el idioma alemán, si haces click aquí te harás una buena idea de algunas ideas claves que aborda “La digestión es la cuestión” (no te pierdas los dibujos de la propia Enders).
Y sí, en verdad, el libro es divertido, tal vez no excesivamente profundo, pero sí didáctico y entretenido. Veamos un extracto:
“Seguramente los pensamientos de los esfínteres no optarían precisamente a un Premio Nobel, pero, a fin de cuentas, abordan cuestiones fundamentales para la humanidad: ¿qué importancia concedemos a nuestro mundo interior y qué compromisos asumimos para entendernos con el mundo exterior? Uno reprime, cueste lo que cueste, el pedo más molesto hasta que regresa a casa atormentado por el dolor de tripa, mientras que el otro, en la fiesta familiar de la abuela, deja que le tiren del dedo meñique y entonces suelta un sonoro pedo como si de un espectáculo de magia se tratara. A largo plazo, quizá el mejor compromiso se sitúe en un lugar a medio camino entre ambos extremos”.
Otro trozo más, para que compruebes que el libro es, en verdad, divertido:
“Desde tiempos inmemoriales, ´ponerse en cuclillas´, es nuestra posición natural para evacuar: el moderno negocio de los inodoros de pedestal surgió con el desarrollo de las tazas de váter para interiores a finales del siglo XVIII. El “siempre seremos cavernícolas” a menudo resulta una interpretación un tanto problemática entre los médicos. ¿Quién se atreve a decir que la posición en cuclillas relaja el músculo mucho mejor y hace que la vía de evacuación sea en línea recta? Por este motivo, investigadores japoneses hicieron que voluntarios ingirieran sustancias luminosas y les radiografiaron mientras hacían sus necesidades en diferentes posiciones. Primer resultado: es cierto, en la posición en cuclillas el intestino se muestra recto, lo que permite evacuar todo en el acto. Segundo resultado: las personas colaboradoras están dispuestas a ingerir sustancias luminosas en pro de la investigación y, además, dejan que las radiografíen mientras evacuan. Personalmente, opino que ambos hechos resultan bastante impactantes”.
Un tercer extracto, el último, para presentar definitivamente a Enders:
“Los humanos hemos comido probióticos desde siempre. Sin ellos, no estaríamos aquí. Así pudieron comprobarlo algunos sudamericanos que se llevaron a sus mujeres embarazadas al Polo Sur para que dieran la luz ahí. Con ello, pretendían ejercer los derechos legales sobre las reservas de petróleo del lugar que legalmente corresponden a los “nativos”. El resultado fue que los bebés morían, como muy tarde, en el viaje de vuelta. El Polo Sur es tan frío y libre de gérmenes que los bebés se vieron privados de las bacterias necesarias para vivir. Las condiciones de temperatura normales y los gérmenes en el mismo viaje de vuelta acabaron con los pequeños”.
Total, que aprovechando que Guilia Enders vino hace unos días a España a promocionar su libro, “Comer o no comer” no quiso perderse la ocasión de trasladar a esta joven médica las malolientes preguntas a las que ya tiene acostumbrados a sus sufridos lectores...
Guilia, después de los oscuros callejones por los que has tenido que transitar para escribir tu libro, ¿crees que tendríamos que modificar en algo la proporción de macronutrientes que aconsejan los nutricionistas, es decir, más de un 50% de hidratos de carbono, menos de un 20% proteínas y menos de un 30% de grasa?
Particularmente estoy en contra de recomendar porcentajes estrictos que ignoren la realidad de cada persona. En lugar de obsesionarse con estos grandes números la gente debería de guiarse más por su interior, por los mensajes que recibe a diario de su cuerpo. Considero importante que los científicos no se limiten a decir “esto es así, así y así”, sino que se esfuercen en explicar porqué las cosas son como son. Únicamente entendiendo lo que se nos quiere transmitir, podemos aplicarnos las enseñanzas de los científicos. Por ejemplo, las personas que tienen obesidad metabolizan los hidratos de carbono de forma diferente a las que tienen un peso normal. Quiero con esto decir que no siempre un mismo mensaje sirve para todo el mundo. Visto así, las personas que presentan algo de obesidad deberían tomar menos hidratos de carbono que las que tienen un peso normal, así que todo depende.
En la página 216 de su libro, Enders señala que “en estudios con personas con sobrepeso se ha demostrado que, en conjunto, impera en la flora intestinal una diversidad menor y que predominan grupos de bacterias que, sobre todo, metabolizan hidratos de carbono. No obstante, para padecer sobrepeso de verdad deben de darse muchos más factores”, matiza.
En función de lo que has investigado sobre la macrobiota y la microbiota, y aunque sólo sea desde un punto de vista “estrictamente intestinal”, ¿deberíamos de comer, en general, de manera un poco diferente pensando en las bacterias?
Insisto: en lugar de referirnos a unos porcentajes en concreto, cada uno debería de indagar por sí mismo qué tipo de alimentos le sientan bien, qué tipo de hidratos de carbono le hacen sentirse animado o cansado y qué tipo de grasas le hacen tener una mejor predisposición…
¿Qué opinas de las teorías pseudocientíficas de Hiromi Shinya, el autor de “La enzima prodigiosa”?
No creo conocer a Hiromi Shinya. ¿Es un libro que dice que hay que comer enzimas para tener una mejor digestión? (Giulia teclea en su tableta el nombre de Shinya y luego se queda observando el título de sus libros en alemán). No, no conozco a este señor, lo siento, no me suena de nada.
Me congratula que no conozcas “la enzima prodigiosa”. En España ha sido un auténtico best seller, aunque en nuestra web no le hicimos una reseña lo que se dice elogiosa... Por cierto, últimamente también ha saltado a la fama un autodenominado experto que afirma poder diagnosticar la enfermedad celíaca por la forma de la barbilla. ¿Qué piensas como médica de esta nueva técnica de diagnóstico?
No quiero ser malvada ni tampoco desacreditar a nadie, pero considero muy improbable que alguien pueda diagnosticar la enfermedad celíaca por la forma que pueda tener la barbilla de una persona.
¿Hay algunos alimentos con nombres y apellidos que beneficien a las bacterias que nos son más favorables y que estén infravalorados?
Más que un alimento en sí, lo que me parece más sorprendente es que el estado del alimento, frío o caliente, sea tan relevante. Por ejemplo, la patata fría o el arroz frío, al cristalizar los hidratos, provocan que el hígado no pueda procesarlos y deformarlos y que se vayan directamente al intestino. Hay gente que después de alguna conferencia que he pronunciado me ha confesado haber probado algunas de las teorías que recojo en mi libro y que afirma haber conseguido muy buenos resultados. Además del yogurt, hay muchos alimentos interesantes para las bacterias, como el ajo, la achicoria, el pan integral, los plátanos verdes, las ciruelas o los espárragos.
En la página 290 de “La digestión es la cuestión”, Enders explica que la prebiótica trata de promover las bacterias buenas a través de la ingesta de determinados alimentos para que tengan así más poder contra las bacterias dañinas. En este sentido, los prebióticos son fibras alimentarias que solo pueden ser ingeridas por las bacterias beneficiosas. El azúcar común, por ejemplo, no es un prebiótico, porque también le gusta a las bacterias de la carne. En cambio, las bacterias dañinas no pueden, o apenas pueden, aprovechar los prebióticos y, por lo tanto, no pueden fabricar nada dañino con ellas. El hecho de que los occidentales consumamos tan poca fibra alimentaria (de los 30 gramos que deberíamos comer al día, solo llegamos a consumir la mitad) aviva la rivalidad en el intestino entre las bacterias dañinas y las beneficiosas. “No es tan difícil decantar la balanza a nuestro favor –explica Enders en la página 294–. La mayoría tenemos algún plato prebiótico preferido que comeríamos sin problemas más a menudo. Mi abuela tiene siempre ensalada de patatas en la nevera, mi padre prepara una magnífica ensalada de endivias con mandarinas (consejo: lavar brevemente las endivias con agua caliente: hace que pierdan amargor sin que dejen de estar crujientes) y a mi hermana le encantan los espárragos o el salsifí negro con una fina salsa de nata (…) Actualmente sabemos que también les gustan las liliáceas, no sólo el puerro o el espárrago, sino también las cebollas y el ajo (…) El almidón resistente se forma, por ejemplo, cuando se cuece arroz o patatas e, inmediatamente, se pone a enfriar. De este modo, cristaliza el almidón y se hace más resistente a la digestión. De la “robusta” ensalada de patatas o del frío arroz para sushi llega más alimento ileso para los microbios. Quién no tenga aún ningún plato prebiótico preferido, debería probar algunos. Si comemos estos platos de manera regular, podremos constatar un divertido fenómeno: de vez en cuando experimentaremos una auténtica hambre canina por esta comida”.
Y al contrario: ¿qué alimentos estimulan las malas bacterias intestinales?
Ciertas grasas influyen negativamente en las bacterias y también, sobre todo, comer carne en exceso. Lo que pasa, y esto es realmente importante, es que hacemos demasiado poco de lo bueno. Esto es más importante, finalmente, que tomar alimentos que tienen mala fama porque al azúcar, por ejemplo, ya lo digiere nuestro cuerpo. Hay que comer más bacterias buenas. Si quieres, puedo poner un ejemplo. Dado que solo ingerimos un 50% de la cantidad de fibra que deberíamos de ingerir, nuestro intestino, que tiene tres partes, al no comer la cantidad de fibra que necesita, utiliza ya esa cantidad en el primer tracto, con lo que la fibra no llega a las otras dos partes del intestino, por lo que las bacterias tienen que dar buena cuenta de la carne. Es decir, como comemos poca fibra, la poca cantidad que comemos se queda en la primera parte del intestino. En cambio, los restos de la carne sí que llegan a la segunda y tercera parte del intestino, algo muy desaconsejable porque acaba provocando putrefacción, aumentando en el último tramo del intestino el riesgo de padecer cáncer.
En España, cuando éramos pequeños, se nos decía que después de comer había que esperar dos horas antes de bañarse en el mar o en la piscina. ¿Este consejo tiene algún sentido o es imposible determinar un tiempo estándar para hacer la digestión?
Para hacer la digestión necesitamos mucha sangre, que se concentra en el estómago. Se trata de no hacer un sobreesfuerzo añadido. Esa es la razón por la que nos sentimos cansados después de comer. En cuanto a si hay un tiempo estipulado y concreto para hacer la digestión, pues todo depende de lo que se haya comido. Lo que es muy importante decir es que hay personas que digieren los alimentos muy rápido y otras muy lento, por lo que, para no entrar en casos particulares, se acostumbra a decir que a la comida le cuesta salir del estómago unas dos horas, que viene a ser lo que le cuesta llegar al intestino delgado. Pero, claro, al final todo depende del alimento que hayamos ingerido. Es posible tomarse un gran trozo de tarta y sentirse cansado o haber comido verdura y notarse ligero. Depende.
Afirmas –y leo de tu libro– que “la higiene en un intestino nos la podemos imaginar como algo parecido a la higiene en un bosque. Ni el más ambicioso profesional de la limpieza probaría allí con una fregona. Un bosque está limpio cuando en él domina un equilibrio de plantas beneficiosas”. Me imagino, entonces, que considerarás ridículas las llamadas “dietas detox” y la idea de que un batido de lechuga, manzana y espinacas frescas puede arrastrar por el torrente sanguíneo el rastro dejado por las hamburguesas, los nuggets, el alcohol y, en general, la mal llamada “comida basura”…
Lo importante es no creer que hay un zumo en concreto que soluciona todo lo malo que comemos. Hay un hecho que las personas preocupadas por este tema deberían tomar en consideración: cada dos semanas todas las células de nuestro intestino se renuevan, lo que viene a ser como decir que cada 15 días tenemos un intestino nuevo... Si durante dos semanas una persona come bien y sano ya tiene una completa depuración, sin necesidad de fiarlo todo a un batido verde. Quiero decir con esto que nuestro cuerpo ya se encarga por sí solo de depurarnos, pero, bueno, si alguien se quiere tomar un batido verde pues es posible que el cuerpo lo haga igualmente, pero de mejor humor… (Enders ríe mientras contesta; de hecho, ríe casi en cada respuesta)
¿Desde un punto de vista, de nuevo, “intestinal” qué sería lo mejor, pues, para “depurarse” y “purificarse”? ¿Responder a la urgencia de defecar cuando esta se produzca?
Efectivamente. Lo que es realmente básico es comer regularmente, a ser posible a las mismas horas, elegir alimentos saludables y escuchar a nuestro interior, preguntándonos: ¿cómo me encuentro después de comer esto? ¿me siento bien? ¿tengo retortijones? ¿flatulencia? ¿me noto pesada? Todo esto acaba por estar relacionado con la forma con la que damos de comer a nuestras propias bacterias. También, cada vez que vamos al lavabo a orinar y defecar estamos “depurando” al organismo, de la misma manera que cada vez que contenemos el impulso de hacerlo, estamos entrenando al cuerpo en la dirección contraria a la que nos conviene.
De la misma manera que se dice que los individuos de latitudes frías extraen más energía de los alimentos que los que habitan en climas más cálidos…¿se podría decir también que en verano se extrae menos energía de los alimentos que en invierno dado que la macrobiota se adapta a las condiciones ambientales? Así pues, ¿en verano se engorda algo menos comiendo lo mismo?
Desconocía que en las zonas más frías se aprovechase más la energía de la comida que en los países más cálidos. Yo únicamente puedo decir dos cosas sobre este tema. La primera es que en invierno la flora intestinal es diferente que en verano (a modo de curiosidad, cuando no se conocían las bacterias, explica Enders, se pensaba que eran plantas y de ahí el nombre de “flora”…) La segunda cosa es que antiguamente en cada país había una cultura del yogurt propia, por ejemplo en España. Sin embargo, ahora todo procede de una misma fábrica y estas diferencias han desaparecido. Pero sí, en España hace años los yogures se elaboraban a temperaturas más cálidas que en Alemania, por lo que las bacterias eran también diferentes.
Bien, Giulia, estamos acabando la entrevista. Antes de despedirnos, quiero agradecerte que hayas atendido a “Comer o no comer” en este viaje relámpago: muchas gracias en nombre de nuestros lectores. Por cierto, aprovecho para decirte que hay trozos de tu libro que me han resultado muy divertidos.
Gracias (en esta ocasión responde en castellano).
Por cierto, ¿has notado algún olor extraño en nuestro país?
¡Ah! El agua huele muy diferente. Huele a cloro, pero es un olor que me resulta muy familar porque cuando era más joven solía venir con mis padres a pasar las vacaciones en Torremolinos (Málaga). ¡Pero la comida huele muy bien!
Pero… vayamos con el libro. La tesis de Enders, que en la actualidad investiga su tesis doctoral en el Instituto de Microbiología e Higiene Hospitalaria de Francfort, es que la oveja negra de los órganos, el intestino, guarda una estrecha relación con el sobrepeso, las alergias y las depresiones. O dicho de otro modo: si aspiramos a sentirnos bien, deberíamos cuidar nuestro intestino (aproximadamente, el 80% del sistema inmunitario se aloja allí), entre otras cosas, porque mantiene línea directa con el cerebro.
Al respecto, Enders, que es muy simpática, ganó en 2012 el primer premio del Festival Science Slam, tras realizar una presentación que acabó conviriténdose un gran éxito en “You Tube”, hasta el punto de haber sido vista por más de 724.000 personas. Aunque no entiendas el idioma alemán, si haces click aquí te harás una buena idea de algunas ideas claves que aborda “La digestión es la cuestión” (no te pierdas los dibujos de la propia Enders).
Y sí, en verdad, el libro es divertido, tal vez no excesivamente profundo, pero sí didáctico y entretenido. Veamos un extracto:
“Seguramente los pensamientos de los esfínteres no optarían precisamente a un Premio Nobel, pero, a fin de cuentas, abordan cuestiones fundamentales para la humanidad: ¿qué importancia concedemos a nuestro mundo interior y qué compromisos asumimos para entendernos con el mundo exterior? Uno reprime, cueste lo que cueste, el pedo más molesto hasta que regresa a casa atormentado por el dolor de tripa, mientras que el otro, en la fiesta familiar de la abuela, deja que le tiren del dedo meñique y entonces suelta un sonoro pedo como si de un espectáculo de magia se tratara. A largo plazo, quizá el mejor compromiso se sitúe en un lugar a medio camino entre ambos extremos”.
Otro trozo más, para que compruebes que el libro es, en verdad, divertido:
“Desde tiempos inmemoriales, ´ponerse en cuclillas´, es nuestra posición natural para evacuar: el moderno negocio de los inodoros de pedestal surgió con el desarrollo de las tazas de váter para interiores a finales del siglo XVIII. El “siempre seremos cavernícolas” a menudo resulta una interpretación un tanto problemática entre los médicos. ¿Quién se atreve a decir que la posición en cuclillas relaja el músculo mucho mejor y hace que la vía de evacuación sea en línea recta? Por este motivo, investigadores japoneses hicieron que voluntarios ingirieran sustancias luminosas y les radiografiaron mientras hacían sus necesidades en diferentes posiciones. Primer resultado: es cierto, en la posición en cuclillas el intestino se muestra recto, lo que permite evacuar todo en el acto. Segundo resultado: las personas colaboradoras están dispuestas a ingerir sustancias luminosas en pro de la investigación y, además, dejan que las radiografíen mientras evacuan. Personalmente, opino que ambos hechos resultan bastante impactantes”.
Un tercer extracto, el último, para presentar definitivamente a Enders:
“Los humanos hemos comido probióticos desde siempre. Sin ellos, no estaríamos aquí. Así pudieron comprobarlo algunos sudamericanos que se llevaron a sus mujeres embarazadas al Polo Sur para que dieran la luz ahí. Con ello, pretendían ejercer los derechos legales sobre las reservas de petróleo del lugar que legalmente corresponden a los “nativos”. El resultado fue que los bebés morían, como muy tarde, en el viaje de vuelta. El Polo Sur es tan frío y libre de gérmenes que los bebés se vieron privados de las bacterias necesarias para vivir. Las condiciones de temperatura normales y los gérmenes en el mismo viaje de vuelta acabaron con los pequeños”.
Total, que aprovechando que Guilia Enders vino hace unos días a España a promocionar su libro, “Comer o no comer” no quiso perderse la ocasión de trasladar a esta joven médica las malolientes preguntas a las que ya tiene acostumbrados a sus sufridos lectores...
Guilia, después de los oscuros callejones por los que has tenido que transitar para escribir tu libro, ¿crees que tendríamos que modificar en algo la proporción de macronutrientes que aconsejan los nutricionistas, es decir, más de un 50% de hidratos de carbono, menos de un 20% proteínas y menos de un 30% de grasa?
Particularmente estoy en contra de recomendar porcentajes estrictos que ignoren la realidad de cada persona. En lugar de obsesionarse con estos grandes números la gente debería de guiarse más por su interior, por los mensajes que recibe a diario de su cuerpo. Considero importante que los científicos no se limiten a decir “esto es así, así y así”, sino que se esfuercen en explicar porqué las cosas son como son. Únicamente entendiendo lo que se nos quiere transmitir, podemos aplicarnos las enseñanzas de los científicos. Por ejemplo, las personas que tienen obesidad metabolizan los hidratos de carbono de forma diferente a las que tienen un peso normal. Quiero con esto decir que no siempre un mismo mensaje sirve para todo el mundo. Visto así, las personas que presentan algo de obesidad deberían tomar menos hidratos de carbono que las que tienen un peso normal, así que todo depende.
En la página 216 de su libro, Enders señala que “en estudios con personas con sobrepeso se ha demostrado que, en conjunto, impera en la flora intestinal una diversidad menor y que predominan grupos de bacterias que, sobre todo, metabolizan hidratos de carbono. No obstante, para padecer sobrepeso de verdad deben de darse muchos más factores”, matiza.
En función de lo que has investigado sobre la macrobiota y la microbiota, y aunque sólo sea desde un punto de vista “estrictamente intestinal”, ¿deberíamos de comer, en general, de manera un poco diferente pensando en las bacterias?
Insisto: en lugar de referirnos a unos porcentajes en concreto, cada uno debería de indagar por sí mismo qué tipo de alimentos le sientan bien, qué tipo de hidratos de carbono le hacen sentirse animado o cansado y qué tipo de grasas le hacen tener una mejor predisposición…
¿Qué opinas de las teorías pseudocientíficas de Hiromi Shinya, el autor de “La enzima prodigiosa”?
No creo conocer a Hiromi Shinya. ¿Es un libro que dice que hay que comer enzimas para tener una mejor digestión? (Giulia teclea en su tableta el nombre de Shinya y luego se queda observando el título de sus libros en alemán). No, no conozco a este señor, lo siento, no me suena de nada.
Me congratula que no conozcas “la enzima prodigiosa”. En España ha sido un auténtico best seller, aunque en nuestra web no le hicimos una reseña lo que se dice elogiosa... Por cierto, últimamente también ha saltado a la fama un autodenominado experto que afirma poder diagnosticar la enfermedad celíaca por la forma de la barbilla. ¿Qué piensas como médica de esta nueva técnica de diagnóstico?
No quiero ser malvada ni tampoco desacreditar a nadie, pero considero muy improbable que alguien pueda diagnosticar la enfermedad celíaca por la forma que pueda tener la barbilla de una persona.
¿Hay algunos alimentos con nombres y apellidos que beneficien a las bacterias que nos son más favorables y que estén infravalorados?
Más que un alimento en sí, lo que me parece más sorprendente es que el estado del alimento, frío o caliente, sea tan relevante. Por ejemplo, la patata fría o el arroz frío, al cristalizar los hidratos, provocan que el hígado no pueda procesarlos y deformarlos y que se vayan directamente al intestino. Hay gente que después de alguna conferencia que he pronunciado me ha confesado haber probado algunas de las teorías que recojo en mi libro y que afirma haber conseguido muy buenos resultados. Además del yogurt, hay muchos alimentos interesantes para las bacterias, como el ajo, la achicoria, el pan integral, los plátanos verdes, las ciruelas o los espárragos.
En la página 290 de “La digestión es la cuestión”, Enders explica que la prebiótica trata de promover las bacterias buenas a través de la ingesta de determinados alimentos para que tengan así más poder contra las bacterias dañinas. En este sentido, los prebióticos son fibras alimentarias que solo pueden ser ingeridas por las bacterias beneficiosas. El azúcar común, por ejemplo, no es un prebiótico, porque también le gusta a las bacterias de la carne. En cambio, las bacterias dañinas no pueden, o apenas pueden, aprovechar los prebióticos y, por lo tanto, no pueden fabricar nada dañino con ellas. El hecho de que los occidentales consumamos tan poca fibra alimentaria (de los 30 gramos que deberíamos comer al día, solo llegamos a consumir la mitad) aviva la rivalidad en el intestino entre las bacterias dañinas y las beneficiosas. “No es tan difícil decantar la balanza a nuestro favor –explica Enders en la página 294–. La mayoría tenemos algún plato prebiótico preferido que comeríamos sin problemas más a menudo. Mi abuela tiene siempre ensalada de patatas en la nevera, mi padre prepara una magnífica ensalada de endivias con mandarinas (consejo: lavar brevemente las endivias con agua caliente: hace que pierdan amargor sin que dejen de estar crujientes) y a mi hermana le encantan los espárragos o el salsifí negro con una fina salsa de nata (…) Actualmente sabemos que también les gustan las liliáceas, no sólo el puerro o el espárrago, sino también las cebollas y el ajo (…) El almidón resistente se forma, por ejemplo, cuando se cuece arroz o patatas e, inmediatamente, se pone a enfriar. De este modo, cristaliza el almidón y se hace más resistente a la digestión. De la “robusta” ensalada de patatas o del frío arroz para sushi llega más alimento ileso para los microbios. Quién no tenga aún ningún plato prebiótico preferido, debería probar algunos. Si comemos estos platos de manera regular, podremos constatar un divertido fenómeno: de vez en cuando experimentaremos una auténtica hambre canina por esta comida”.
Y al contrario: ¿qué alimentos estimulan las malas bacterias intestinales?
Ciertas grasas influyen negativamente en las bacterias y también, sobre todo, comer carne en exceso. Lo que pasa, y esto es realmente importante, es que hacemos demasiado poco de lo bueno. Esto es más importante, finalmente, que tomar alimentos que tienen mala fama porque al azúcar, por ejemplo, ya lo digiere nuestro cuerpo. Hay que comer más bacterias buenas. Si quieres, puedo poner un ejemplo. Dado que solo ingerimos un 50% de la cantidad de fibra que deberíamos de ingerir, nuestro intestino, que tiene tres partes, al no comer la cantidad de fibra que necesita, utiliza ya esa cantidad en el primer tracto, con lo que la fibra no llega a las otras dos partes del intestino, por lo que las bacterias tienen que dar buena cuenta de la carne. Es decir, como comemos poca fibra, la poca cantidad que comemos se queda en la primera parte del intestino. En cambio, los restos de la carne sí que llegan a la segunda y tercera parte del intestino, algo muy desaconsejable porque acaba provocando putrefacción, aumentando en el último tramo del intestino el riesgo de padecer cáncer.
En España, cuando éramos pequeños, se nos decía que después de comer había que esperar dos horas antes de bañarse en el mar o en la piscina. ¿Este consejo tiene algún sentido o es imposible determinar un tiempo estándar para hacer la digestión?
Para hacer la digestión necesitamos mucha sangre, que se concentra en el estómago. Se trata de no hacer un sobreesfuerzo añadido. Esa es la razón por la que nos sentimos cansados después de comer. En cuanto a si hay un tiempo estipulado y concreto para hacer la digestión, pues todo depende de lo que se haya comido. Lo que es muy importante decir es que hay personas que digieren los alimentos muy rápido y otras muy lento, por lo que, para no entrar en casos particulares, se acostumbra a decir que a la comida le cuesta salir del estómago unas dos horas, que viene a ser lo que le cuesta llegar al intestino delgado. Pero, claro, al final todo depende del alimento que hayamos ingerido. Es posible tomarse un gran trozo de tarta y sentirse cansado o haber comido verdura y notarse ligero. Depende.
Afirmas –y leo de tu libro– que “la higiene en un intestino nos la podemos imaginar como algo parecido a la higiene en un bosque. Ni el más ambicioso profesional de la limpieza probaría allí con una fregona. Un bosque está limpio cuando en él domina un equilibrio de plantas beneficiosas”. Me imagino, entonces, que considerarás ridículas las llamadas “dietas detox” y la idea de que un batido de lechuga, manzana y espinacas frescas puede arrastrar por el torrente sanguíneo el rastro dejado por las hamburguesas, los nuggets, el alcohol y, en general, la mal llamada “comida basura”…
Lo importante es no creer que hay un zumo en concreto que soluciona todo lo malo que comemos. Hay un hecho que las personas preocupadas por este tema deberían tomar en consideración: cada dos semanas todas las células de nuestro intestino se renuevan, lo que viene a ser como decir que cada 15 días tenemos un intestino nuevo... Si durante dos semanas una persona come bien y sano ya tiene una completa depuración, sin necesidad de fiarlo todo a un batido verde. Quiero decir con esto que nuestro cuerpo ya se encarga por sí solo de depurarnos, pero, bueno, si alguien se quiere tomar un batido verde pues es posible que el cuerpo lo haga igualmente, pero de mejor humor… (Enders ríe mientras contesta; de hecho, ríe casi en cada respuesta)
¿Desde un punto de vista, de nuevo, “intestinal” qué sería lo mejor, pues, para “depurarse” y “purificarse”? ¿Responder a la urgencia de defecar cuando esta se produzca?
Efectivamente. Lo que es realmente básico es comer regularmente, a ser posible a las mismas horas, elegir alimentos saludables y escuchar a nuestro interior, preguntándonos: ¿cómo me encuentro después de comer esto? ¿me siento bien? ¿tengo retortijones? ¿flatulencia? ¿me noto pesada? Todo esto acaba por estar relacionado con la forma con la que damos de comer a nuestras propias bacterias. También, cada vez que vamos al lavabo a orinar y defecar estamos “depurando” al organismo, de la misma manera que cada vez que contenemos el impulso de hacerlo, estamos entrenando al cuerpo en la dirección contraria a la que nos conviene.
De la misma manera que se dice que los individuos de latitudes frías extraen más energía de los alimentos que los que habitan en climas más cálidos…¿se podría decir también que en verano se extrae menos energía de los alimentos que en invierno dado que la macrobiota se adapta a las condiciones ambientales? Así pues, ¿en verano se engorda algo menos comiendo lo mismo?
Desconocía que en las zonas más frías se aprovechase más la energía de la comida que en los países más cálidos. Yo únicamente puedo decir dos cosas sobre este tema. La primera es que en invierno la flora intestinal es diferente que en verano (a modo de curiosidad, cuando no se conocían las bacterias, explica Enders, se pensaba que eran plantas y de ahí el nombre de “flora”…) La segunda cosa es que antiguamente en cada país había una cultura del yogurt propia, por ejemplo en España. Sin embargo, ahora todo procede de una misma fábrica y estas diferencias han desaparecido. Pero sí, en España hace años los yogures se elaboraban a temperaturas más cálidas que en Alemania, por lo que las bacterias eran también diferentes.
Bien, Giulia, estamos acabando la entrevista. Antes de despedirnos, quiero agradecerte que hayas atendido a “Comer o no comer” en este viaje relámpago: muchas gracias en nombre de nuestros lectores. Por cierto, aprovecho para decirte que hay trozos de tu libro que me han resultado muy divertidos.
Gracias (en esta ocasión responde en castellano).
Por cierto, ¿has notado algún olor extraño en nuestro país?
¡Ah! El agua huele muy diferente. Huele a cloro, pero es un olor que me resulta muy familar porque cuando era más joven solía venir con mis padres a pasar las vacaciones en Torremolinos (Málaga). ¡Pero la comida huele muy bien!
http://comeronocomer.es/entrevistas-mitologicas/la-digestion-es-la-cuestion-dice-giulia-enders-tras-vender-casi-un-millon-y#sthash.meOJSvNm.dpuf
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Los microbiólogos del NYU Langone Medical Center dicen que tienen lo que podría ser la primera evidencia sólida de que la presencia natural de los virus en el intestino, lo que se llama
el 'viroma',
juega un papel en el mantenimiento de la salud y en la lucha contra la infección, de forma similar a las bacterias intestinales que ahí habitan y conforman
el "microbioma".
En un informe sobre este trabajo, que fue publicado en la revista Nature el 19 de noviembre, los investigadores dicen que también encontraron que el MNV reforzó al sistema inmunológico en la lucha contra el daño tisular.
"Nuestra investigación ofrece datos convincentes acerca de esta relación de mutuo apoyo entre los virus y las bacterias en el intestino del ratón, y asienta las bases para una mayor investigación acerca de cómo el viroma da soporte al sistema inmunológico, lo que, probablemente, también se aplique a los seres humanos", señala el investigador principal del estudio, Ken Cadwell, PhD, profesor asistente en la Universidad de Nueva York (NYU) Langone.
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LOS VIRUS NO SON PATOGENOS, LOS VIRUS APORTAN MATERIAL GENETICO A LAS CELULAS.
HAY MUCHOS VIRUS ENDOGENOS SOBRE TODO EN PERIODO EMBRIONARIO.
EN CELULAS MADRES HAY VIRUS NECESARIOS PARA QUE ESTAN PUEDAN REPRODUCIRSE.
UN CANCER DE MAMA EMITE VIRUS
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el 95 % de la serotonina la producen las bacterias del intestino
influyen en nuestra capacidad de aprendizaje, en nuestro estado de animo
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Si las heces se hunden enseguida es que no hemos digerido bien.no tienen burbujitas de fermentacion - bacterias
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Las principales funciones de la microflora intestinal incluyen
(1) actividades metabólicas que se traducen en recuperación de energía y nutrientes, y
(2) protección del huésped frente a invasión por microorganismos extraños. Las bacterias intestinales desempeñan un papel esencial en el desarrollo y la homeostasis del sistema inmunitario.
Los folículos linfoides de la mucosa intestinal son áreas principales para la inducción y la regulación del sistema inmune. Por otra parte, se dispone de evidencias que implican a la microbiota intestinal en ciertos procesos patológicos, incluyendo el fallo multi-orgánico, el cáncer de colon y la enfermedad inflamatoria intestinal.
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El origen insospechado de la dolorosa e incurable artritis reumatoide
Al
igual que otras devastadoras enfermedades como las esclerosis, la
fibromalgia, la artritis o el asma tiene un origen autoinmune.
Este nuevo estudio se suma a otros trabajos recientes que relacionan los microbios del intestino a una variedad de condiciones de salud y enfermedades como la obesidad, la depresión, la esquizofrenia, Parkinson y el lupus.
Este nuevo estudio se suma a otros trabajos recientes que relacionan los microbios del intestino a una variedad de condiciones de salud y enfermedades como la obesidad, la depresión, la esquizofrenia, Parkinson y el lupus.
¿Está la flora
intestinal detrás?
Lo que sí sabemos es que, al igual que otras devastadoras enfermedades como las esclerosis o la fibromialgia, la artritis tiene un origen autoinmune: es causada por un fallo en nuestro sistema inmunitario, que ataca por error a las células del propio organismo. Y este fallo, como apuntan cada vez más investigaciones, podría estar ocasionado por un cambio en nuestra flora intestinal.
Un estudio publicado en 2013 por Jose Scher, reumatólogo de la Universidad de Nueva York, mostró que las personas que padecen artritis reumatoide tenían muchas más posibilidades de albergar en su intestino la bacteria Prevotella copri que la gente que no padecía la enfermedad. Podría ser sólo una coincidencia, pero en otro estudio, Scher descubrió que la artritis psoriásica –la inflamación de las articulaciones causada por la psoriasis, otra enfermedad autoinmune–, tenían una cantidad significativamente menor de determinadas bacterias intestinales.
¿Otra coincidencia?
EL ESTOMAGO Y EL CEREBRO ESTAN COMUNICADOS POR
EL NERVIO VAGO POR QUE NO ES EXTRAÑO QUE MUCHAS EMOCIONES COMIENCEN EN
EL CEREBRO PERO ACABEN MANIFESTANDOSE EN EL ESTOMAGO Y VICEVERSA
El secreto está en nuestras tripas
Como apunta un revelador artículo de David Kohn para The Atlantic, las investigaciones de Scher son sólo unas de las miles que apuntan a que los cambios de nuestra microbiota –esto es, el conjunto de microorganismos que conviven normalmente en nuestro cuerpo– afectan de forma determinante a nuestra salud.
La población
de microorganismos que convive con nosotros excede al número de células
propias en una relación de 10:1, por cada célula humana llevamos con
nosotros 10 microbios
El tracto intestinal alberga miles de especies distintas de bacterias, que pesan en conjunto entre medio kilo y kilo y medio. Es también en el intestino donde residen la mayor parte de nuestras defensas: al menos dos tercios de las células inmunes.
Muchas de estas bacterias cumplen funciones esenciales para nuestro cuerpo (las más) y otras perjudican su correcto funcionamiento (las menos). Y lo que cada vez parece más claro es que su influencia no se limita al tracto digestivo: hay cambios en la flora intestinal que afectan a nuestra salud en conjunto y pueden generar enfermedades que aparentemente no tienen nada que ver con lo que ocurra en nuestras tripas, como es el caso de la artritis.
“Esto supone un cambio en el paradigma”, asegura Scher en The Atlantic. “Al incluir la microbiota hemos añadido un nuevo jugador a la partida”. Un jugador que en realidad son miles, tantos como bacterias distintas pueden pulular por nuestro intestino.
El cambio en nuestra microbiota cambia el curso de numerosas enfermedades
“Nuestra microbiota ha cambiado de forma significativa en el último siglo, especialmente en los últimos 50 años”, asegura en The Atlantic el microbiólogo de la Universidad de Nueva York Martin Blaser. El investigador cree que el uso masivo de los antibióticos está detrás de la extinción de numerosos microbios que antes se encontraban de forma natural en nuestro cuerpo.
Pero los fármacos no son los únicos culpables: los cambios en la dieta, el exceso de higiene y un menor contacto con la naturaleza también tienen su parte de culpa.
Encontrar la relación directa entre cada tipo de bacteria y cada enfermedad autoinmune es una tarea harto compleja
Este cambio acelerado que está sufriendo nuestro ecosistema bacteriano
podría estar directamente relacionado con el aumento de la incidencia
de las enfermedades autoinmunes ––y también, creen algunos científicos,
con la obesidad–.Blaser, en concreto, ha estudiado la relación entre los cambios de la microbiota y el asma. La bacteria Helicobacter pylori está presente en la mayoría de los adultos del mundo, y en toda la población de los países en desarrollo, pero tras analizar la composición de la flora intestinal en un grupo de niños estadounidenses Blaser descubrió que sólo un 6% contaban con esta bacteria.
En su opinión, la desaparición de la Helicobacter en los países desarrollados está directamente relacionada con el abuso de antibióticos, y podría estar detrás del aumento en la incidencia de enfermedades como el asma, pues, según sus estudios, su presencia reduce la respuesta inmunitaria del cuerpo a los estímulos del aire.
Se trata, en definitiva, de una carambola difícil de rastrear, pero potencialmente fatídica. Y lo peor de todo es que podría estar dándose entre muchas bacterias y otras tantas patologías.
Encontrar la relación directa entre cada tipo de bacteria y cada enfermedad autoinmune es una tarea harto compleja, pero la relación entre una cosa y otra puede entenderla cualquiera.
Las bacterias que pueblan nuestro intestino se han desarrollado gracias a que han sabido controlar la respuesta de nuestro sistema inmune a los intrusos.
Después de cientos de años conviviendo con nosotros han convencido a nuestras defensas de que no son malas y han regulado su respuesta ante los invasores: en definitiva, han mantenido a raya a nuestro sistema inmune para que no se sobrepase en sus funciones.
¿Qué está ocurriendo? Al cambiar la composición de nuestra microbiota, ya sea porque hay bacterias distintas o porque el ratio entre ellas es desproporcionado, el sistema inmune se confunde y empieza a atacar no sólo a las bacterias que atacaba antes, sino al cuerpo mismo.
En busca de soluciones
A Scher le parece eficaz promover cambios en la dieta. Algunos pacientes con artritis reumatoide se han beneficiado de una dieta vegetariana o mediterránea, aunque aún nadie sabe por qué ocurre esto exactamente.
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Pacientes con fibromialgia mejoran con una dieta sin gluten ni lacteos
Tratamiento de los hongos Cándida
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El 8% de nuestro genoma es de origen virico
En una gota del mar hay un millon de bacterias y en un gramo de tierra 4 millones y en ambos casos hay entre 5 y 25 veces mas virus.
Virus y bacterias forman parte de nuestro genoma.
Las personas se "infectan" continuamente con virus y bacterias y no por eso enferman.
No todas las infecciones virales son malas y muchas infecciones virales y bacteriales son buenas
Los retrovirus endogenos cumplen al menos una funcion beneficiosa critica para la produccion de anticuerpo protectores .
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[Relacionado: Una guerra bacteriológica “delante de tus narices”]
La start-up tecnológica AOBiome, con sede en Cambridge, Massachusetts (EE.UU.) acaba de crear un tónico incoloro, inodoro e insípido llamado AO+, que se pulveriza sobre la piel, y que en realidad es un cultivo de miles de millones de Nitrosomas eutropha, una bacteria especializada en la oxidación del amoniaco que puedes encontrar allá donde haya basura o agua estancada.
Los científicos de AOBiome creen que esta bacteria vivía hasta no hace demasiado tiempo feliz y contenta sobre nuestra piel, actuando como una especie de desodorante "intransferible" al alimentarse del amoniaco presente en nuestro sudor y transformarlo en nitrito y óxido nítrico. Eso fue, claro está, antes de que empezáramos a aplicarnos desodorantes y a lavarnos con jabón, gel y champú.
Según cuenta Scott, la solución de esta bacteria que empleó en el experimento debía conservarse en la nevera, porque las inocuas bacterias que lo conforman están vivas. La "limpieza" consistía en humedecer dos veces por día la cara, cuero cabelludo y cuerpo con AO+. A finales de cada una de las 4 semanas, los científicos tomaban muestras de la piel de Julia (y del resto de participantes) para analizar el estado de su comunidad microbiana, también conocida como "microbioma".
Estaba claro que en la suciedad del suelo había algo interesante. Así
fue como tras tomar muestras del lugar, llevarlas a su laboratorio y
cultivarlas en una solución de amoniaco para simular el sudor, descubrió
el papel de la N. eutropha, una delicada bacteria que no duplica su población cada 20 minutos, como hacen otras especies que habitan en nuestra piel, sino que requiere 10 horas para tal logro.
¿Cómo le fue a Julia en su experimento? Pese a reconocer que la peor parte fue aguantar los chistes de sus colegas (llegaron a dejarle una barra de desodorante en la mesa de trabajo), lo cierto es que cuando les pidió que la olieran tras los primeros días sin jabón, ninguno notó diferencia alguna. Pese a algún inconveniente (su nivel de grasa capilar creció por ejemplo) lo cierto es que pasada la primera semana los niveles de esta bacteria en su piel se estabilizaron, encontrando un nicho amistoso en el bioma de la periodista. Incluso después de asistir al gimnasio, aplicándose AO+ antes de salir de casa y al regresar, Julia se vio sorprendida al no percibir "efectos secundarios" partiendo de sus pies, un punto crítico con el sudor como todos sabemos.
Una semana después de pasar la prueba del mes sin jabón, y de retornar a los hábitos higiénicos anteriores, en el laboratorio le confirmaron que la colonia de N. eutropha había prácticamente desaparecido de su cuerpo. Necesitó un mes para "cultivar" su propio desodorante probiótico, pero solo tres duchas para acabar con las bacterias.
[Relacionado: ¿La taza del váter es el lugar más sucio de la casa?… Puede que te sorprendas]
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Bacterias para vivir
Evoco con el doctor Guarner los documentales de los 60 con astronautas que sólo comían pastillas en entornos esterilizados. Eran el evangelio de un mundo sano y feliz, libre ya de microbios malignos. Pero no hay nada más pasado que el futuro de la ciencia ficción.
Hoy Guarner me descubre que la esterilidad total nos volvería lelos y que hay muchas bacterias saludables. La medicina no deja de sorprendernos: lo que ayer engordaba hoy parece adelgazar, y resulta que es menos deseable la pasteurización de los embotellados que cierta exposición a las bacterias saludables de las conservaciones tradicionales de cervezas, vinos, quesos y yogures. Y además están más ricos.
Cuando yo era un chaval, los microbios se consideraban una plaga sin excepciones. El ideal era un mundo esterilizado. Hoy sabemos que no podemos vivir sin ellos. Necesitamos a las bacterias.
¿Por qué?
Nuestro intestino mide 10 metros y en dos horas hace las digestiones. Pero en el metro y medio final, el colon, las fibras vegetales permanecen hasta tres días. Ahora sabemos por qué no las defecábamos antes.
Todo tendrá su explicación evolutiva.
Imagínese la precaria dieta de nuestros antepasados: a menudo sólo comían de un solo vegetal durante semanas. ¿Cómo lograban suplir sus carencias alimenticias?
¿Cómo sobrevivimos comiendo mal?
Pues gracias a esos tres días en los que miles de bacterias -con 600.000 genes diversos- fermentaban las fibras vegetales cooperando con nuestro organismo -que sólo tiene 30.000- para darle todo tipo de nutrientes e inductores de nuestro sistema inmunitario.
¿El alimento también es medicina?
En esa bola de 700 gramos de bacterias, la microbiota -antes flora intestinal- nuestro cuerpo reconoce el mundo inmunológico.
Son los ojos de nuestra inmunidad.
Tenemos 30.000 folículos linfoides en el intestino que informan al sistema inmune. Allí linfocitos sin estrenar esperan a recibir esa información inmunológica para decidir si toleran o rechazan cada antígeno.
Una maravilla evolutiva.
Pero nosotros, al suprimir bacterias indeseables de enfermedades como la lepra o la tuberculosis, también hemos liquidado otras que necesitamos. Hemos perdido diversidad bacteriana y debemos recuperarla.
¿Qué precio pagamos por la pérdida?
En África, donde la eliminación bacteriana ha sido menos radical, siguen sufriendo enfermedades aquí extinguidas, pero se libran de otras que entre nosotros proliferan como el asma, alergias, síndrome de Crohn, esclerosis múltiple, diabetes tipo 1 o intolerancias alimentarias como la celiaca.
¿Qué tienen en común esas dolencias?
La falta de biodiversidad resta efectividad al sistema inmunológico y por eso en los celíacos, por ejemplo, identifica erróneamente al gluten como invasor. Recuerde que cada bacteria tiene 1000 genes, y nosotros 30.000. Su simplicidad les permite adaptarse con rapidez a nuestros bactericidas más potentes, incluso a las lejías, hasta volverse muy agresivas. Piense que la bacteria fue la primera forma de vida en el planeta.
Y será la última: nos sobrevivirán.
La microbiota, además de mejorar nuestra nutrición e inmunidad, genera productos hormonales que influyen en nuestro cerebro y nuestra conducta, por eso los ratones a los que al nacer quitamos sus bacterias intestinales sufren trastornos de comportamiento social y son hiperactivos.
¿Sin bacterias no hay inteligencia?
Hay déficits. La esterilidad no es deseable. Por eso a mis hijos les he evitado la suciedad, por supuesto, pero también les he expuesto a la biodiversidad microbiana de la naturaleza sin manías esterilizadoras. Sus sistemas inmunológicos deben aprender.
¡Hay que salir al campo y sin miedos!
El aparato digestivo es nuestro segundo cerebro, porque las bacterias intestinales modulan nuestras ideas y acciones. Lo explica bien la doctora Sardà en Las maravillas de la flora. Las culturas determinan dietas, pero también las dietas determinan culturas.
Dime qué comes y te diré qué piensas.
En el proyecto Metahit (Metagenomic of the Human Intestinal Track), que ahora publicará Nature, hemos analizado con sistemas de secuenciación masiva la genética de excrementos de 1267 asiáticos, europeos y africanos: es un catálogo de 10 millones de genes. Hemos descubierto que 300.000 son comunes a todas las poblaciones.
Veo que nos separan 9.700.000 genes.
En cada cultura las diferentes dietas van interactuando con sus propias bacterias para adaptarse a sus medios naturales.
¿Una dieta insana lo es para todos?
Sí, porque si dejamos de ingerir vegetales, y con ellos fibra, las bacterias pasan a "comerse" literalmente las paredes del intestino en un proceso de putrefacción que libera sulfhídrico. Un proceso maloliente, por cierto, y desagradable para todos.
¿Cómo evitarlo?
Yo doy a mis pacientes salvado de trigo y avena combinados. Fibra a mansalva. Otros probióticos eficaces, además de los consabidos yogures, son las olivas, vino, cerveza...
¿De cualquier tipo?
Siempre es mejor evitar las pasteurizaciones de los envasados y embotellados, porque liquidan bacterias saludables.
Leer más: http://www.lavanguardia.com/lacontra/20140531/54408532433/al-curar-unas-enfermedades-hemos-propiciado-otras.html#ixzz3nbaWBzqn
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¿Sustituirías durante un mes tu jabón, champú y desodorante por una población de bacterias?
Burro consiguiendo su propio desodorante probiótico
Reconócelo,
si piensas en bacterias recorriendo tu piel te apetecerá de inmediato
meterte en la ducha y frotarte con esponjas exfoliantes y geles
desinfectantes. Nos pasa a todos, es propio de una sociedad obsesionada con la limpieza. Pero, ¿aceptarías participar en un ensayo en el que durante cuatro semanas tuvieras que emplear exclusivamente a bacterias (Nitrosomas eutropha) en tu limpieza corporal, renunciando durante todo ese tiempo al champú y al jabón? La colaboradora del New York Times Julia Scott aceptó el reto y acaba de publicar su experiencia personal en un curioso artículo.
La start-up tecnológica AOBiome, con sede en Cambridge, Massachusetts (EE.UU.) acaba de crear un tónico incoloro, inodoro e insípido llamado AO+, que se pulveriza sobre la piel, y que en realidad es un cultivo de miles de millones de Nitrosomas eutropha, una bacteria especializada en la oxidación del amoniaco que puedes encontrar allá donde haya basura o agua estancada.
Los científicos de AOBiome creen que esta bacteria vivía hasta no hace demasiado tiempo feliz y contenta sobre nuestra piel, actuando como una especie de desodorante "intransferible" al alimentarse del amoniaco presente en nuestro sudor y transformarlo en nitrito y óxido nítrico. Eso fue, claro está, antes de que empezáramos a aplicarnos desodorantes y a lavarnos con jabón, gel y champú.
Según cuenta Scott, la solución de esta bacteria que empleó en el experimento debía conservarse en la nevera, porque las inocuas bacterias que lo conforman están vivas. La "limpieza" consistía en humedecer dos veces por día la cara, cuero cabelludo y cuerpo con AO+. A finales de cada una de las 4 semanas, los científicos tomaban muestras de la piel de Julia (y del resto de participantes) para analizar el estado de su comunidad microbiana, también conocida como "microbioma".
Algunos
científicos comienzan ahora a plantearse si la guerra que estos últimos
siglos hemos mantenido contra la microbiota históricamente asociada con
el género humano podría estar detrás del aumento de las alergias. El
caso de AOBiome es curioso, su inventor David Whitlock
(que por cierto predica con el ejemplo hasta el extremo espolvoreando su
producto AO+ dos veces al día, y reconociendo abiertamente no haberse ha duchado durante los últimos 12 años) recibió la inspiración al ver como los caballos se revolcaban por el suelo en verano para combatir el sudor.
¿Cómo le fue a Julia en su experimento? Pese a reconocer que la peor parte fue aguantar los chistes de sus colegas (llegaron a dejarle una barra de desodorante en la mesa de trabajo), lo cierto es que cuando les pidió que la olieran tras los primeros días sin jabón, ninguno notó diferencia alguna. Pese a algún inconveniente (su nivel de grasa capilar creció por ejemplo) lo cierto es que pasada la primera semana los niveles de esta bacteria en su piel se estabilizaron, encontrando un nicho amistoso en el bioma de la periodista. Incluso después de asistir al gimnasio, aplicándose AO+ antes de salir de casa y al regresar, Julia se vio sorprendida al no percibir "efectos secundarios" partiendo de sus pies, un punto crítico con el sudor como todos sabemos.
Una semana después de pasar la prueba del mes sin jabón, y de retornar a los hábitos higiénicos anteriores, en el laboratorio le confirmaron que la colonia de N. eutropha había prácticamente desaparecido de su cuerpo. Necesitó un mes para "cultivar" su propio desodorante probiótico, pero solo tres duchas para acabar con las bacterias.
[Relacionado: ¿La taza del váter es el lugar más sucio de la casa?… Puede que te sorprendas]
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Bacterias para vivir
Evoco con el doctor Guarner los documentales de los 60 con astronautas que sólo comían pastillas en entornos esterilizados. Eran el evangelio de un mundo sano y feliz, libre ya de microbios malignos. Pero no hay nada más pasado que el futuro de la ciencia ficción.
Hoy Guarner me descubre que la esterilidad total nos volvería lelos y que hay muchas bacterias saludables. La medicina no deja de sorprendernos: lo que ayer engordaba hoy parece adelgazar, y resulta que es menos deseable la pasteurización de los embotellados que cierta exposición a las bacterias saludables de las conservaciones tradicionales de cervezas, vinos, quesos y yogures. Y además están más ricos.
Cuando yo era un chaval, los microbios se consideraban una plaga sin excepciones. El ideal era un mundo esterilizado. Hoy sabemos que no podemos vivir sin ellos. Necesitamos a las bacterias.
¿Por qué?
Nuestro intestino mide 10 metros y en dos horas hace las digestiones. Pero en el metro y medio final, el colon, las fibras vegetales permanecen hasta tres días. Ahora sabemos por qué no las defecábamos antes.
Todo tendrá su explicación evolutiva.
Imagínese la precaria dieta de nuestros antepasados: a menudo sólo comían de un solo vegetal durante semanas. ¿Cómo lograban suplir sus carencias alimenticias?
¿Cómo sobrevivimos comiendo mal?
Pues gracias a esos tres días en los que miles de bacterias -con 600.000 genes diversos- fermentaban las fibras vegetales cooperando con nuestro organismo -que sólo tiene 30.000- para darle todo tipo de nutrientes e inductores de nuestro sistema inmunitario.
¿El alimento también es medicina?
En esa bola de 700 gramos de bacterias, la microbiota -antes flora intestinal- nuestro cuerpo reconoce el mundo inmunológico.
Son los ojos de nuestra inmunidad.
Tenemos 30.000 folículos linfoides en el intestino que informan al sistema inmune. Allí linfocitos sin estrenar esperan a recibir esa información inmunológica para decidir si toleran o rechazan cada antígeno.
Una maravilla evolutiva.
Pero nosotros, al suprimir bacterias indeseables de enfermedades como la lepra o la tuberculosis, también hemos liquidado otras que necesitamos. Hemos perdido diversidad bacteriana y debemos recuperarla.
¿Qué precio pagamos por la pérdida?
En África, donde la eliminación bacteriana ha sido menos radical, siguen sufriendo enfermedades aquí extinguidas, pero se libran de otras que entre nosotros proliferan como el asma, alergias, síndrome de Crohn, esclerosis múltiple, diabetes tipo 1 o intolerancias alimentarias como la celiaca.
¿Qué tienen en común esas dolencias?
La falta de biodiversidad resta efectividad al sistema inmunológico y por eso en los celíacos, por ejemplo, identifica erróneamente al gluten como invasor. Recuerde que cada bacteria tiene 1000 genes, y nosotros 30.000. Su simplicidad les permite adaptarse con rapidez a nuestros bactericidas más potentes, incluso a las lejías, hasta volverse muy agresivas. Piense que la bacteria fue la primera forma de vida en el planeta.
Y será la última: nos sobrevivirán.
La microbiota, además de mejorar nuestra nutrición e inmunidad, genera productos hormonales que influyen en nuestro cerebro y nuestra conducta, por eso los ratones a los que al nacer quitamos sus bacterias intestinales sufren trastornos de comportamiento social y son hiperactivos.
¿Sin bacterias no hay inteligencia?
Hay déficits. La esterilidad no es deseable. Por eso a mis hijos les he evitado la suciedad, por supuesto, pero también les he expuesto a la biodiversidad microbiana de la naturaleza sin manías esterilizadoras. Sus sistemas inmunológicos deben aprender.
¡Hay que salir al campo y sin miedos!
El aparato digestivo es nuestro segundo cerebro, porque las bacterias intestinales modulan nuestras ideas y acciones. Lo explica bien la doctora Sardà en Las maravillas de la flora. Las culturas determinan dietas, pero también las dietas determinan culturas.
Dime qué comes y te diré qué piensas.
En el proyecto Metahit (Metagenomic of the Human Intestinal Track), que ahora publicará Nature, hemos analizado con sistemas de secuenciación masiva la genética de excrementos de 1267 asiáticos, europeos y africanos: es un catálogo de 10 millones de genes. Hemos descubierto que 300.000 son comunes a todas las poblaciones.
Veo que nos separan 9.700.000 genes.
En cada cultura las diferentes dietas van interactuando con sus propias bacterias para adaptarse a sus medios naturales.
¿Una dieta insana lo es para todos?
Sí, porque si dejamos de ingerir vegetales, y con ellos fibra, las bacterias pasan a "comerse" literalmente las paredes del intestino en un proceso de putrefacción que libera sulfhídrico. Un proceso maloliente, por cierto, y desagradable para todos.
¿Cómo evitarlo?
Yo doy a mis pacientes salvado de trigo y avena combinados. Fibra a mansalva. Otros probióticos eficaces, además de los consabidos yogures, son las olivas, vino, cerveza...
¿De cualquier tipo?
Siempre es mejor evitar las pasteurizaciones de los envasados y embotellados, porque liquidan bacterias saludables.
Leer más: http://www.lavanguardia.com/lacontra/20140531/54408532433/al-curar-unas-enfermedades-hemos-propiciado-otras.html#ixzz3nbaWBzqn
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