Portada de la edición de Burgos de 1554, la más cercana
“La Historia de la Literatura se lee como la
Biblia”, se queja Rosa Navarro Durán. Y ella lo sabe mejor que nadie: ha
investigado, ha buscado debajo de las piedras del Lazarillo, ha reunido datos y ha llegado a una conclusión que revoluciona y cambia esa Historia:
el Lazarillo
es, con toda probabilidad, obra de Alfonso de Valdés.
¿Qué respuesta ha
obtenido de los estudiosos? Todos la conocen pero la mayoría ha dado la
callada por respuesta. Nadie, sin ambargo, ha podido ofrecer ni un solo
argumento en contra de su tesis.
La profesora Navarro Durán ha publicado ya parte de su investigación en las páginas de la revista “ínsula” y dentro de unos días la editorial Gredos publicará los argumentos con los que demuestra la autoría de Alfonso de Valdés.
Cree Rosa Navarro que la pasión de todo investigador es resolver enigmas y aunque sabe bien la dificultad que entraña desbaratar certezas asentadas durante siglos, confiesa que “me está resultando mucho más difícil convencer a la gente de que tiene autor que no demostrar quién es.
Un librero le dijo la semana pasada a una alumna mía que le pidió el Lazarillo de Alfonso de Valdés:
“¿Quién es esa profesora que afirma que el Lazarillo tiene autor?
El Lazarillo fue anónimo, es anónimo y será siempre anónimo”. Cuando me lo contó, me di cuenta de que no me había empeñado en resolver un enigma, sino que estaba luchando contra un dogma, ¡que la historia de la literatura se leía como la Biblia!
Vi entonces que el prólogo debía acabar con “y vean que vive un hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades” (palabras que aparecen en el título: La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades), y que no era Lázaro de Tormes quien hablaba en él, sino el autor. Y en seguida pude formular… la pregunta siguiente: ¿Qué podía haber pasado para que ese párrafo figurara en las cuatro ediciones conservadas de 1554 en ese lugar que no le correspondía?
Tres años de insomnio
En ese momento empezaba una investigación apasionante: tres años inolvidables con muchas noches de insomnio
¿En qué se basa para atribuir su autoría a Alfonso de Valdés? Díganos cinco razones concretas fundamentales.
-Voy a esbozar el retrato del autor del Lazarillo y se verá cómo coincide con el de Alfonso de Valdés.
1) Lázaro de Tormes fecha lo último que le cuenta a “Vuestra Merced” el 27 de abril de 1525, que es cuando el Emperador, “victorioso”, “en esta insigne ciudad de Toledo entró y tuvo en ella cortes”, porque Carlos V sólo pudo “entrar” una vez en Toledo: la primera, en 1525. Si no es posible ya fechar de otra forma lo que cuenta Lázaro al final de su carta, no se puede tampoco pensar en que el Lazarillo se escribiera poco antes de 1554, fecha de las cuatro primeras ediciones conservadas.
Tuvo que escribirse sólo unos años después de 1525, porque la memoria de un hecho histórico menor como era el citado (la entrada en una ciudad) desaparece en unos cuantos años.
Hoy ya para un adolescente Franco es un nombre que aparece en el libro de historia que tiene que estudiar, y si no llega a esa lección, ni le suena. Y eso que a menudo el cine y la televisión y la prensa y los libros de historia evocan la dictadura. Nada de todo ello existía entonces.
»El autor del Lazarillo es un espléndido prosista de esos años veinte, cortesano y admirador del Emperador, porque sabe elegir muy bien el momento de su máximo esplendor: 1525, cuando tiene prisionero al rey de Francia en Madrid, va a anunciar su boda con Isabel de Portugal, nieta, como él, de los Reyes Católicos, y entra triunfalmente en Toledo, ciudad que había sido el último reducto de la resistencia de los comuneros, donde va a celebrar cortes.
Un erasmista convencido
2) El autor del Lazarillo es un erasmista convencido. El auténtico objetivo del relato de Lázaro no es contar las miserias del mozo de muchos amos que es Lázaro, sino poner de manifiesto la mezquindad, la crueldad del ciego rezador y del clérigo, y otras “cosillas” del fraile de la Merced; las estafas del buldero, la explotación del capellán y la hipocresía del arcipreste de San Salvador, clérigo amancebado con su criada, que decide casarla con Lázaro de Tormes, el pregonero, para guardar las apariencias. Y también la miseria y el hambre del escudero, que vive fingiendo un estado y una devoción que no tiene, y que sólo está pensando en tener un señor para adularle. Al autor del Lazarillo le preocupan sólo dos estamentos: las personas relacionadas con la iglesia y los cortesanos.
3) Por esa razón los amos de Lázaro pertenecen a esos dos ámbitos (nada dice él del maestro de pintar panderos ni del alguacil porque no le interesan al autor) y por esa razón los amos de Lázaro no tienen nombre propio, no se “llaman”. Lázaro va de amo en amo y sólo los menciona por su oficio. Que un personaje como el ciego o como el escudero no tenga nombre es algo realmente singular. Y sólo es posible tal rareza por la voluntad del escritor, que no los designa con nombre propio porque en ellos está satirizando a todos los de su clase, a sus semejantes.
Sólo puede ser Valdés
»Sólo un escritor tiene los dos rasgos que he indicado del autor del Lazarillo: Alfonso de Valdés, secretario de cartas latinas del Emperador y el mejor valedor de Erasmo en España. Pero además es autor del Diálogo de Mercurio y Carón, en donde el dios y el barquero interrogan a una serie de almas de personajes que pertenecen a esos dos estamentos, el eclesiástico y el cortesano, y tampoco tienen nombre. En ese desfile de ánimas se ve el antecedente de la serie de amos de Lázaro. Y además en boca de de un cortesano, reconocemos palabras del escudero.
4) El uso de “acaecer” frente a la ausencia de “acontecer” en los Diálogos de Valdés y en el Lazarillo me dio luz -sólo luz, no argumentos- para buscar el camino que me permitiera demostrar lo que para mí, editora del extraordinario prosista que es Alfonso de Vadés, era ya evidente. Y lo encontré en las lecturas del escritor.
»Juan de Valdés en el Diálogo de la lengua hace un esbozo de crítica literaria. Es evidente que debió de comentar con su hermano lecturas. Leí las obras que él mencionaba y descubrí (primero en ellas y después en otras) elementos, motivos literarios, recreados en los dos Diálogos de Alfonso de Valdés y en el Lazarillo. Mercurio le cuenta a Carón una anécdota de Júpiter que nos lleva al Anfitrión de Plauto; pero en el Lazarillo está la mención a la casa encantada o a la nariz que ve, ideas ambas que aparecen en comedias del escritor latino. Las huellas de lectura de La Celestina, La comedia Tebaida, La Lozana Andaluza y, sobre todo, de las comedias de Torres Naharro, me mostraron los sutilísimos lazos -literarios- que hay entre las tres obras de Alfonso de Valdés.
5) Por último, sólo un escritor tan espléndido como Alfonso de Valdés, que domina el arte de la carta y del diálogo, pudo escribir esa maravilla de naturalidad y eficacia expresiva que es La vida de Lazarillo de Tormes, la carta de Lázaro a Vuestra Merced.
El porqué del secreto
-¿Por qué, si Valdés fue su autor, su nombre ha permanecido oculto tantos siglos?
-Hasta finales del siglo XIX no se le devolvió su Diálogo de las cosas acaecidas en Roma, que se había atribuido a su hermano Juan. Marcel Bataillon demostró en 1925 cómo era también el autor del Diálogo de Mercurio y Carón, y no Juan. Ambas obras se editaron en el siglo XVI, anónimas, y no en España.
¿Cómo iba a figurar el nombre del autor de una sátira erasmista como el Lazarillo?
¿Hace falta recordar el papel de la Inquisición? ¿Es necesario decir que su hermano Juan de Valdés tuvo que huir de España para que no lo procesaran después de escribir el Diálogo de doctrina cristiana?
¿Lo es contar cómo un censor le coge a Diego de Valdés, otro hermano de Alfonso, el Diálogo de Mercurio y Carón que el escritor le había dejado manuscrito y lo entrega a la Inquisición? ¿Tengo que hablar del capellán de la iglesia del Salvador de Cuenca, Fernando de la Barrera, hermano de la madre de Alfonso, que fue quemado como judío relapso en 1491?
Aunque el Emperador le protegía, Alfonso de Valdés nunca puso su nombre en sus obras, que tampoco vio impresas en vida.
-¿Cuándo escribiría Alfonso de Valdés el Lazarillo?
-Lo debió de escribir entre fines de 1529 y septiembre de 1532. Alfonso de Valdés muere de peste en Viena el 6 de octubre de 1532, y en el Lazarillo hay huellas de la lectura de La Lozana Andaluza de Francisco Delicado, que se publicó en Venecia en 1528, y del Relox de príncipes de fray Antonio de Guevara, que se imprimió en abril de 1529.
Esas fechas señalan el espacio de tiempo en que Valdés pudo crear su espléndido relato. Lo hizo después de haber escrito sus dos Diálogos; y fuera de España, posiblemente en Augsburgo o en Ratisbona, en donde la corte del Emperador estuvo unos meses después de la coronación de Carlos V por el Papa en Bolonia en 1530, o en esta ciudad italiana.
-¿Qué importancia tiene, en su investigación, la palabra “corneta” que aparece en dos de las primeras ediciones de la obra?
-Es uno de esos detalles que podrían confirmar mi hipótesis: que el Lazarillo se imprimió por primera vez en Italia, como los dos Diálogos de Alfonso de Valdés.
Las dos ediciones más cercanas al original, como dicen Francisco Rico y Alberto Blecua, son las impresas en Burgos y en Medina del Campo; y en ellas aparece la palabra “corneta”, que no tiene sentido en el contexto; pero si se cambia por “cornuta”, palabra italiana con que se nombra el cesto donde se ponía la comida para los cardenales en cónclave, la elección del término muestra una ironía finísima (el cesto en donde se recogen las monedas en la iglesia se convierte en recipiente de comida para el clérigo).
Un editor español no podía entender ni imprimir esta palabra, que además estaba muy cerca de “cornuda”, de significado muy distinto, y la cambió por la más cercana, “corneta”, que nada decía en ese lugar. Como ve, es otra hipótesis, pero la investigación se apoya en una suma de ellas que van asentando el cimiento de la verdad.
-Parece que otra de las claves de su tesis se basa en que el prólogo está incompleto o bien son dos discursos fundidos…
-Cualquier lector podrá ver ahora que así es: que el último párrafo del prólogo es, en realidad, el comienzo de la obra, donde empieza ya a hablar Lázaro: “Suplico a Vuestra Merced reciba el pobre servicio…”. Antes el autor hablaba a los lectores (“hayan parte y se huelguen con ello todos los que…”), y de pronto, sin tránsito alguno, aparece un interlocutor desconocido, no presentado antes, “Vuestra Merced”.Es evidente que el primer impresor español separó mal el prólogo del comienzo de la obra, porque creyó que ésta empezaba con el nombre del personaje:
“Pues sepa Vuestra Merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes”. Y su error se debió a que alguien había arrancado un folio y se habían juntado los dos discursos distintos: el del escritor y el del personaje de la obra. El impresor quiso separarlos y por suerte lo hizo mal. Ese error suyo fue el que me dio la luz inicial de la que hablaba. Y fue lo que me permitió entender por qué en las impresiones de Burgos y Medina apenas está indicada la separación entre el prólogo y el primer tratado, mientras sí lo está y muy bien la del comienzo de los otros tratados, con espacio en blanco, con ilustraciones.
Más argumentos
-¿Y qué tiene que ver el erasmismo en todo este embrollo?
-¿Sabe Vd. qué había en ese folio arrancado? ¡Nada menos que el “Argumento” de la obra! Es decir, una síntesis del contenido. Y en ese apartado que se hizo desaparecer quedaría muy claro que lo que le preocupaba a “Vuestra Merced” era “el caso”, como ya señaló muy bien Francisco Rico.
Y “el caso” es lo que se contaba del arcipreste de San Salvador: que se acostaba con su criada y que para disimularlo la había casado con Lázaro, el pregonero de sus vinos. Y ¿por qué le preocupaba esto a esa dama a quien Lázaro escribe la carta? Porque se confesaba con el Arcipreste. Erasmo advierte de los malos confesores, de los viciosos, en los que el secreto de la confesión no está seguro.
Ve Vd. ahora cómo el oficio de Lázaro adquiere también sentido? No hace falta más que imaginar la situación: a un clérigo amancebado, como es el Arcipreste, se le podría escapar algún comentario a su amante sobre lo oído en confesión, ¿y si a ésta se le ocurría decírselo a su marido, a Lázaro, al pregonero de Toledo? ¿Es necesario indicar que sólo un sutilísimo erasmista podía imaginar tal ficción?
Naturalmente, Rosa Navarro ha consultado sus investigaciones con los especialistas más cualificados. Han hecho ediciones del Lazarillo, desde Fernando Lázaro Carreter a Francisco Rico, de Alberto Blecua a Víctor García de la Concha. De todos ha recibido buenas palabras. Más aún: Lázaro sostiene que “su hipótesis es interesantísima, pero que “precisa de más investigación y comprobaciones”. Los demás insisten en el buen hacer de la profesora Navarro, pero ni rebaten ni por supuesto secundan sus tesis.
-Los dos artículos me los publicó Víctor García de la Concha en “ínsula”; luego fue Pedro Cátedra quien quiso darles forma de libro con el exquisito gusto que le caracteriza y siempre me animó a proseguir mi investigación. Pero era tan arriesgado todo lo que decía que busqué a una autoridad cuyo conocimiento de la lengua de la época me diera la seguridad que en ese campo no tenía: fue José Antonio Pascual, quien me leyó con paciencia admirable la completa exposición de mi teoría y me hizo sabias observaciones. También me escuchó con entusiasmo Pilar García Mouton.
El joven historiador Juan Fernández-Mayoralas me asesoró en el contexto histórico. Como ve, ayudas no me faltaron. Aunque también es cierto que nadie ha escrito una línea ni a favor ni en contra de mis argumentos; y ya hace más de un año que apareció el primer artículo.
-¿El silencio, en estos casos, es la confirmación más elocuente?
-Quien calla otorga, dice el refrán. Pero, no sé, ya empieza a cansarme que me perdonen la vida y que digan que me quieren mucho y soy muy lista. Prefiero que me rebaten las tesis, que argumenten en mi contra, aunque estoy absolutamente convencida de que es imposible argumentar en contra del conjunto de pruebas que aporto para demostrar la autoría de Alfonso de Valdés.
APASIONANTE ENIGMA
En la boscosa problemática que
afecta al Lazarillo de Tormes (redacción 1525/ 1538) , uno de los
puntos más debatidos es el referente a su autoría. El libro, considerado
como anónimo, se ha atribuido a fray Juan Ortega, Diego Hurtado de
Mendoza, Sebastián de Horozco, Pedro de Rúa, Hernán Núñez, Alfonso de
Valdés, etc. Rosa Navarro acaba de publicar un apasionante trabajo
defendiendo esta última candidatura. Su teoría, muy bien fundamentada,
se basa sobre cinco pilares, que ahondan en puntos de vista
cronológicos, históricos, ideológicos, antroponímicos y léxicos. En
conjunto forman un corpus argumentativo de gran solidez.
No cabe duda de
que por todas estas razones, y por el perfil erasmista de muchos de sus
rasgos -tema que algunos han minusvalorado, con razones poco
convincentes- el Secretario de Cartas Latinas de Carlos V presenta
sólidas credenciales para reclamar la autoría de la obra. Y no es que la
cuestión quede definitivamente zanjada con este trabajo, pero sí que en
él encontramos una batería de argumentos que obligan a repensar la
cuestión desde aspectos en buena parte novedosos. En adelante, nadie
podrá tratar científicamente sobre el autor del Lazarillo sin haber
meditado las propuestas de la Dra. Navarro, cuya línea de pensamiento
queda aquí esbozada.
CRISTÓBAL CUEVAS
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