La primera vez que Felipe II sintió un agudo dolor en su mano derecha fue a mediados de abril de 1568. Las molestias le duraron varios días y la mano se le hinchó y enrojeció de una forma marcada. El calvario que acompañaría el resto de sus días al que ya era el hombre más poderoso de la tierra acababa de empezar. Durante 30 años la gota atormentó al monarca y le destrozó buena parte de las articulaciones.
Falleció a los 71 años en un estado lamentable, víctima de una patología cruel y dolorosa con una rodilla hinchada y supurando, al menos cuatro fístulas en la mano derecha producto de otras tantas lesiones gotosas articulares, los pies en un pésimo estado y con síntomas secundarios a una insuficiencia renal muy acusada.
Los médicos de Felipe II sabían que su regio paciente tenía gota. La enfermedad ya era milenaria y la padecía también el emperador Maximiliano de Austria, primo del monarca español. La gota ha hecho estragos entre muchos de los grandes mandatarios de la Historia y por eso ha recibido en los libros de texto el calificativo de enfermedad de reyes.
La patología era frecuente entre los emperadores romanos y la han sufrido, por ejemplo, el británico rey Enrique VIII o el mismo Benjamin Franklin.
Los expertos siempre han ligado la gota con una dieta rica en carne y ciertos pescados, que tienen un contenido alto en purinas, y con el consumo excesivo del alcohol.
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